sábado, 20 de diciembre de 2008

Después de Madonna la miseria


Ocurrió una noche que me hallaba sin dormir, recorriendo los cuartos de mi casa para probar las puertas y las ventanas bajo el descabellado presentimiento de que alguien llegaría en algún punto de la noche a entrar a mi casa y se posaría junto a mi cama a verme dormir, que gozaría al encontrarme rendido al reposo del cuerpo.
Trabé puertas y eché candados a las ventanas, coloqué periódicos en las hendijas y había sacado mi pequeño revólver del escritorio para ponerlo bajo la almohada. Así volví a descansar en mi cama, luego de esta particular faena. Me reproché con severidad por mi comportamiento, por haber caído presa del miedo, por haber sido dominado por y por todo cuanto hice. Estaba echado de lado observando el cuarto azul y la ventana por la que entraba la luz de la noche. Si alguien entraba me sentiría al menos acompañado; pero una cosa es saberse acompañado y otra muy distinta es suponer que alguien nos mira cuando dormimos.

El visitante no se hizo esperar, cuando me volteé estaba sentado junto al lecho, con el rostro oculto en las sombras en la parte oscura de mi cuarto. Era el mismo Dios, y no había necesidad de decirlo. Era Dios y estaba sentado junto a mi cama con las manos juntas y el rostro invisible oculto en la noche. Una de sus manos se hundió en la oscuridad y supe que me estaba pidiendo silencio. Yo metí la mano bajo la almohada, tomé el revólver y le disparé en el pecho, dos veces. Se abrió una herida en su pecho, luego otra, intentó contener la sangre que brotaba y que manchaba mi cama y el piso, mantuvo el rostro oculto. Disparé una tercera vez al rincón del cuarto donde suponía que debía estar su cabeza, pero el disparo rebotó en las paredes y acabó al pie de la cama. No había una cabeza a la que disparar.

¿A quién le disparas? No me respondas. Ahora estás desnudo, estás durmiendo, te has rendido al sueño y sueñas que te hablo, y en verdad te estoy hablando, pero cuando despiertes ya me habré ido y nunca sabrás si estuve aquí o si fue un sueño con todo y disparos. Cuando por la mañana observes la marca en la cama y las manchas de sangre te preguntarás si todo fue ilusión o la obra de tu delirio, pero voy a decirte ahora que todo esto es real. Ahora estás desnudo, durmiendo, el sueño ha calado hondo en tu mente pero crees estar atento en tu mundo real y confinado, en tu cuarto y empuñando un arma. También estás ahí, no voy a robarte tu otro lugar, estás allí y aquí, así estoy yo también. Quiero darte este que es mi mensaje, y debo dártelo para que le ahorres al mundo una inmensa tristeza, vengo a darte el mensaje de la resignación. Debes estar dispuesto a escuchar, pues voy a guardar en tu corazón estas palabras, palabras doradas para que lleves por el mundo. Ha llegado la hora aquella, para la raza entera, toda en su conjunto, en que deben afrontar el final cercano. Yo les di a mi hija más querida, a Madonna, y la arrojé al mundo con su mensaje personal, le dije, ve y dales mi último mensaje de amor, ve y hazlos bailar, ve para que canten y olviden que el fin se acerca, ve y dales mi mensaje de amor. Y mi hija más querida bajó a la tierra, y les dio alegría, y amor, y todos bailaron y clamaron por un nuevo día con la dicha en sus corazones, olvidando el final cercano. No busquen, oh hombres de la tierra, nada más allá de Madonna, luego de Madonna la miseria. No es suficiente el tiempo ni la voluntad de todos los hombres para torcer el rumbo de sus días, no hay palabra mágica que pueda salvarlos del final cercano, todos conocerán su día sin distinción y sin consideraciones para ser consumidos por la llama eterna. Pero siguen aún, como en sus días primeros, anhelando el fruto de la sabiduría, y sus eternas preguntas se asperjan por los continentes, por las tierras y los mares. Oyen la música divina, y bailan los pasos dorados con la misma intensidad con la que rompen su pacto conmigo. ¿Qué haremos para resolver esto? Se preguntan, ¿cómo salvaremos a nuestras familias, a nuestra vivienda? ¿Cómo llevaremos el mar a la ciudad, cómo alzaremos una torre que una al cielo con la tierra? ¿Quién nos guiará a una tierra nueva, impoluta y prometida? Nadie nada nunca, no hay más nada luego de este último mensaje de amor, salvo éste, el mensaje de la verdad. ¿A quién disparas? ¿Dónde pierdes tus balas y tus esfuerzos? ¿A quién diriges tus preguntas, a quién esperas?

Y entonces desperté, y estaba sólo, y ya la noche había pasado y el día llegaba vacío y yo había recibido el mensaje de la verdad y esas palabras me quemaban el corazón y me silenciaban y pensaba en un libro que se cierra, en todas esas páginas que vuelven a dormir cuando el lector se arroja a otra empresa. Era un hombre sin espíritu, con la imagen de Madonna grabada en la mente, aquella que nos había hecho bailar, y reír en los últimos días de nuestra era, haciéndonos olvidar que habíamos forjado nuestra propia miseria y final.

1 comentario:

Hilario González dijo...

La religión es una farándula de santurrones.