domingo, 12 de julio de 2009

en tierras lejanas

todo el interior se contrajo y se abrió la puertita azul, el aparato entero se inclinó y sin poder hacer ningún movimiento mi propio peso me fue sacando y cai en un piso arenoso y de color café, el olor era desgradable, como a grasa quemada. Había caído como un recién nacido, inmóvil, sin saber en dónde estaba, con malestar, empecé a vomitar y un monstruo altivo de cinco piernas se acercó y me volteó de una patada, quedé acostado de cara al piso, tragando esa arena olorosa, más adelante habría un horno, el calor llegaba hasta mí, no estaba atado ni amordazado, pero no podía decidir mis movimientos, otro monstruo arrastraba a un hombre junto a mí, lo pude ver pasar, sus ojos se encontraron con los míos, y en esa situación ,esa complicación de no poder movernos... quería hablar con otra persona, se lo llevaron, quería ver a donde lo llevaban, era claro que iban a tirarlo al horno, ¿y qué sacaban de todo esto? Me resultaba difícil creer que fueran a trasladarnos por tanto tiempo sólo para echarnos al fuego, algo habría.
Así que esperé, esperé sin controlar mi cuerpo, lo cual es extraño, pues uno espera a la fuerza. Me dormí, desperté, el horno estaba apagado, hacía frío, me puse de pie sin decidirlo y camine sin decidirlo, en línea recta hasta una pared, me quedé parado como una figura de cera, no hacía nada, el cuarto estaba oscuro y no podía saber que tan grande era, en la oscuridad sólo veía a la pared próxima, al caminar mis pasos resonaban en la distancia, mi cabeza se apoyó en la pared y comencé a dar pasos laterales, rayando la pared con mi cabeza, temí lastimarme, pero apenas pude rasparme, iba caminando lateralmente, con la vista clavada en la pared, fui acercándome a un lugar más luminoso y pequeño, un monstruo más pequeño de cinco patas, sucio, más sucio que los otros me empujó contra la pared, con intención de aplastarme el pecho, sentí un aguijonazo a la altura del riñon derecho, un instante, luego me soltó me dio unos golpes ligeros en la cabeza, me sentó en un banco circular, podía ver al banco y a mi alrededor un gran vacío y más allá una malla de metal, como un bosque tupido, varillas que se hacían delgadas y que se cruzaban, y arriba, a la altura de cinco hombres volvía a cobrar fuerza y a abrirse y entrelazarse, una nube gris de varillas del tamaño de un cabello, y desde ahí llegaba un suspiro, un suspiro de la noche.
El pequeño monstruo trajo fuego, lo colocó en mis rodillas y mi piel se quemó, podía verla quemarse pero no podía sentir el dolor, apagó el fuego y puso una mano sobre mi rodilla izquierda, y puso otra mano sobre mi rodilla derecha, y otra en mi frente, y entonces dormí y sentí que me llevaban, y soñé con mi casa, con mi mujer y con mi trabajo, y todo era muy tranquilo, y mi mujer me miraba en silencio y cada tanto tiempo se llevaba la mano a la cara porque estaba llorando, y yo la veía y tenía la sensación de alejarme de ella, y ella lloraba y a la vez mi cuerpo se mecía, y yo quise hablar y no salieron las palabras y me desperté, y estaba flotando en un líquido espeso, y volví a dormir, y esta vez no hubo sueño y estaba el silencio y nada más y desperté y estaba otra vez en el cuarto con el horno, y el horno ardía más alto, y yo podía sentirlo pero no verlo, y me estaban arrastrando, y me arrimaron a la orilla del horno, porque al centro del cuarto había un abismo circular y de ese abismo ascendía la llama, y me acercaron tanto que la piel de la cabeza comenzó a quemarse y pude entonces cerrar los ojos y hasta tomarme la cabeza con las manos y plegarme sobre mi abdomen y arrastrarme lejos de ahí, llorando, un monstruo de cinco patas, notablemente preocupado intentaba llevarme nuevamente al horno pero era débil y yo lloraba y me arrastraba y estaba casi ciego, vinieron otros y eran cinco y no podían llevarme al horno, entonces los fui arrastrando hasta la pared, y contra la pared me recliné llevando las manos a la cabeza, arrodillado, volví a dormir

"Arriba, arriba" eramos cinco, estábamos atados por las manos y por los tobillos, yo estaba acostado en el piso y los demás trataban de ponerme de pie, uno hablaba, pero repetía mecanicamente ciertas palabras, ahora decía arriba, cuando me puse de pie dijo adelante adelante y después dijo a un costado a un costado, los demás seguían, y como estábamos solos en la habitación no preguntamos nada, así nos fuimos moviendo durante horas, uno nos meo y otro empezó a reír, a llevar su cabeza al centro de la ronda que era donde todos teníamos las manos atadas, y nos miraba con alegría como si fuera a besarnos, y a los que tenía más próximos los besó, y él que nos había meado siguió meando un poco más, el cuarto se fue poniendo más caliente, paulatinamente, las paredes ardían, después el piso, saltábamos, tratábamos de doblegar al otro, de saltar encima, nos caímos, rodamos por el piso, nos quemamos en conjunto, el más débil sufrió más, quedó debajo de nosotros tiramos como salvajes, casi hasta arrancarle las manos, le pisamos el pecho, nuestros pies estaban quemados pero su espalda se prendía fuego, el más débil tuvo un desmayo, luego murió, luego el cuarto fue bajando la temperatura, nos sentamos junto al muerto y no pudimos volver a pararnos porque pesaba mucho y estábamos tan cansados

1 comentario:

Hilario González dijo...

Un auténtico pasaje de Mecha. Fiel a su estilo. gracias.

conalli